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Diálogos fronterizos (Primera parte)


— El miedo más grande que tengo es salir a trabajar y no regresar. Tengo tres niños: de ocho, cinco y tres años. Si me agarran me van a deportar… Es un miedo horrible y me pasa todos los días, cuando la gente me mira en las calles, ande yo manejando o caminando o simplemente paseándome en el parque con mis hijos… Es muy feo pensar que todos me miran con desconfianza… ¿Qué van hacer mis niños si se quedan sin su madre? Es una tensión terrible…


—Las cosas se van a poner color de hormiga. Toda la ciudad está como si estuviera triste. Ayer por la noche fui al capitolio y la mera verdad me dio tristeza. Había varias personas con sus velas encendidas. Algunos líderes todavía estaban presentes, en la esquina una patrulla de policía parada simplemente vigilando, los oficiales nos saludaron cuando pasamos mi compadre y yo… La ciudad olía a tristeza, los mismos edificios derramaban lágrimas de concreto mientras los forjadores de todas estas leyes racistas brindaban en el bar de la esquina de su vecindad, riendo a carcajada abierta…


—Mi padre ya está grande, no tiene a dónde llegar en México. A mí me contaron que una vez se llevaron a Cholita nada más así. Llegó la migra a su casa y se la llevó sin más ni más. No preguntaron nada, se llevaron a la pobre mujer junto con su hija y la aventaron para Tijuana… La niña le decía “tengo hambre mamá…”, ella no podía hacer nada… Mi papá ha pasado toda su vida del otro lado, ahora que está grande vive con lo que le damos los hijos, pero si tuviera que irse para México la cosa estará muy crítica. La vejez a veces puede ser muy fea, yo ya empiezo a pensar en eso, no me falta tanto para ser un viejo… aunque a veces pienso que ya lo soy…


—Mataron al ranchero de Bisbee. No era un mal hombre pero ya estaba cansado de que todo el tiempo anduvieran ilegales cruzando por su rancho. Hay que ser sinceros, algunos mexicanos son bien cochinos, nada más dejan su tiradero y luego se andan haciendo las víctimas. El pobre hombre hasta les dejaba agua y algo de comida, pero en esa ocasión – dicen - eran traficantes y a esos cuates les vale madre todo, solamente le metieron un tiro en la cabeza… Creo que eso fue lo que destapó todo este lío. No me parece bien que paguen justos por pecadores. Cada vez que se comete un crimen le pido a la virgencita que no sea un mexicano porque, si así es, ya nos llevó la chiquita. Ese ranchero era buena persona, de verdad, pues no les digo que hasta dejaba agua y comida para cuando pasaran los mentados ilegales… perdón, indocumentados; mi hermano siempre me dice que así les debemos de llamar. ¿Pobre de su familia, no? Estoy hablando del ranchero de Bisbee, imagínate nada más: de repente llegas a tu casa y alguien que se metió a la fuerza te mete un tiro… Dios lo tenga en su santa gloria…


—Yo creo que todos los ilegales nada más han llegado a echarnos a perder nuestro país. Parecen cucarachas, salen de las mismas alcantarillas. Hay un montón de negocios piojito de gente que vende paletas, tacos, cacahuates y demás, y casi estoy seguro de que muchos de ellos no tienen licencia para vender. Este país era un país donde la ley y el orden reinaban, pero desde que empezaron a llegar los mexicanos todo se nos fue para abajo. Nada más llegaron ellos y se nos echó todo a perder. Traen su cultura, su forma de ser, y nosotros somos totalmente distintos a ellos. Mi madre me decía que, cuando ella estaba chiquita, hasta la puerta de la casa podías dejar abierta, ahora, olvídate. Todo mundo confiaba en todo mundo, la gente era muy amable y en verdad trataban de ayudarte, pero ahora ¿en quién podemos confiar? Ya ni en la virginidad de la virgen…

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