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México y sus escenarios

En México, cada proceso electoral es momento propicio para fortalecer la simulación y la corrupción. En nuestro país, los procesos electorales ya no son fiables.




México es un país no sólo de contrastes, es un país del eterno montaje, de la simulación y el aguante; México es el país del miedo reprimido, del vivir agazapado en el temor constante, de la sobrevivencia cotidiana. Aquí, la apariencia, la corrupción y la miseria son los escenarios perfectos para que la tuerca de la rutina política funcione correctamente: mientras mayor sea la miseria de las colonias que visitan los candidatos a algún puesto de elección popular, mayor será la corrupción y el afán de simular que todo funciona perfecto; mientras más jodida esté la colonia, más fácil será comprar votos, entregar tarjetas rosas a cambio del sufragio e instar a la comunidad a “defender el voto” a favor de quien le provee las viandas suficientes como para suponer que la situación, actual y futura, será mejor pues el candidato “oficial” ha prometido que ahora sí se pondrá las pilas y cumplirá con cada una de sus promesas de campaña.


En México, cada proceso electoral es momento propicio para fortalecer la simulación y la corrupción. En nuestro país, los procesos electorales ya no son fiables, pues las instituciones que supuestamente se hacen cargo de observar y vigilar que dicho proceso sea transparente y legal, se han encargado de distorsionar la decisión de los votantes e imponer al candidato que mejor le conviene al selecto grupo de personas que dirige el destino de este país.

La realidad es que la situación en México no está nada bien, todo se ve color hormiga; desde los procesos electorales hasta la cuestión de la seguridad; el monstruoso nuevo sistema de justicia penal y los nulos resultados de las reformas estructurales implementadas por el gobierno federal; la parafernalia de los partidos políticos y sus alianzas de laboratorio que sólo motivan la carcajada y fortalecen la desconfianza en los mexicanos.


México está mal. La salud política, económica, cultural y educativa de nuestro país es pésima. El cuerpo de nuestro país transpira la fetidez de la corrupción, de la piel cuando, en los jugos de la gangrena, dispersa su hediondez y ahuyenta toda esperanza de recuperación. No es pesimismo esta forma de expresarme. Estas líneas no llevan la intención de desalentar a quien las lee, son tan sólo un claro reflejo de lo que actualmente sucede (realmente) en nuestro país; son una forma de señalar que el terreno es árido y que pinta para ponerse peor si no se reacomodan las condiciones y se implementan estrategias que redireccionen los pasos y las intenciones de quienes gobiernan.


México es un país de múltiples escenarios y de seres indiferentes e insensibles al actual acontecer.


Los malos políticos llegarán hasta dónde los mexicanos se los permita.


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